miércoles, 5 de septiembre de 2012

Toreros




El subgénero del toreo tuvo sus horas de gloria en la producción hispana pero empezó siendo algo esencialmente gabacho (en plan qué brutos que son los de allende los Pirineos). Después de algún intento fallido como Le toreador de la mujer de aquel cabrón de mariscal Junot, Laura Saint Martín y del bombazo de la Carmen de Mérimée (1846) con su torero Escamillo (sin, que se sepa, ninguna alusión psicotrópica), Teófilo Gautier cometió “Los amores de un torero” y el costumbrismo nativo se entusiasmó, engendrando cosas como Pascualito, La novela de un torero del uruguayo Manuel Acosta y Lara o El embrujo de Sevilla del (también uruguayo!) Carlos Reyles.

Para que os hagáis una idea del tono de esta obra Miguel Godoy Barroso cita un trozo en su página web sobre los Toreros de Córdoba:“Ese círculo [la arena, claro] nos transfigura, nos sublima, porque viven en él acaso las energías y las virtudes de nuestro heroico pasado; todo aquello que nos hizo grandes y fuertes”.[...]: “En este momento todos deliramos, todos nos sentimos capaces de cargarnos al mundo y sus arrabales. Mire usted esos rostros. Sólo a los héroes y a los grandes artistas les es dado suscitar emociones semejantes” [...]. “El que enloquece no soy yo, sino el redondel… El redondel nos electriza, nos transfigura, nos convierte en héroes legendarios. Yo estoy seguro que el público se imagina, en su entusiasmo, que el torero es España y el toro el Destino, y delira viéndolo desafiar arrogante y luego burlar la ira de la fiera, y vencerla, y dominarla, y, finalmente, tenderla muerta a sus pies. Lo que nos recuerda tan a lo vivo nuestra valentía de otras épocas, nos transporta y embriaga”...No comment.

El delirio iconogràfico llegaría con el célebre Sangre y Arena de nuestro ancestro Blasco Ibáñez –algo haremos sobre él en algún momento. El éxito de la novela se confirmó con el de las versiones cinematográficas, hitos en el kitsch hispano-hollywoodiense que pronto generarían parodias como la prescindible Ni sangre ni arena de Cantinflas.


(Rodolfo Valentino en plan Lolete)

Influenciada por nuestro amigo Pierre Louys y su La mujer y el pelele, una producción “sicalíptica” hizo del torero un personaje clave dentro de historietas delirantes de sangre y pasión carpetobetónica. Uno de nuestros naturalistas màs radicales, J. Lòpez Pinillos pariò un relato claramente antitaurino, Las águilas (1911),  que cuenta la ascensión y decadencia de «Josele», un torero salido de la miseria. Se lleva (discutiblemente) la palma (o la oreja) el cubano Alberto Insúa con su título über-cañí La mujer, el torero y el toro (1926) (con dos cojones, hostia, podría haber añadido). Existe versión cinematográfica (obviamente edulcorada) de 1950 (dirigida por un tal Fernando Butragueño). El más salvaje en la combinación de sexo y toreo no fue, sin embargo (¿os sorprende?) un íbero, sino el colgado Georges Bataille en Historia del ojo, de lectura obligada.

Citemos in extenso la escena de corrida (en ambos sentidos de la palabra) màs memorable de la literatura:

"Simona, con el culo tan ávido como antes y yo, con la verga obstinadamente erecta, regresamos juntos a la primera fila. Cuando llegamos a nuestro lugar, cerca de Sir Edmond, a pleno sol y en el sitio de mi amiga, encontramos un plato blanco con los testículos pelados; aquellas glándulas de grosor y forma de un huevo y de blancura nacarada, sonrosada apenas, eran idénticos al globo ocular: acababan de quitárselos al primer toro, de pelaje negro y en cuyo cuerpo Granero había hundido la espada.
—Son los testículos crudos, comentó Sir Edmond con ligero acento inglés.
(...)
Simona no podía alzarse el vestido y sentar su trasero desnudo en el plato de los testículos crudos. Debía limitarse a conservar el plato sobre las rodillas. Le dije que quería hacerle el amor antes que regresase Granero, hasta el cuarto toro, pero se negó y permaneció vivamente interesada: los destripamientos de los caballos, seguidos como ella decía de ‘pérdida y estrépito’, es decir, de una catarata de tripas, la embriagaban.
(...)
El toro era desconfiado y parecía poco valiente: la corrida continuaba sin ningún interés.
Lo que sucedió después se produjo sin transición y casi sin hilazón aparente, no porque las cosas no estuviesen ligadas sino porque mi atención ausente permaneció totalmente disociada. En pocos momentos vi primero a Simona mordiendo, para mi espanto, uno de los testículos crudos, luego, a Granero avanzar hasta el toro con un paño escarlata, y, más o menos al mismo tiempo, a Simona, acalorada con un impudor sofocante, descubrir sus largos muslos blancos hasta su vulva húmeda en la que hizo entrar, lenta y seguramente el otro globo pálido; a Granero, derribado, acosado contra la barrera, en la que los cuernos lo tocaron tres veces a voleo: una cornada atravesó el ojo derecho y toda la cabeza. El grito de terror inmenso coincidió con el orgasmo breve de Simona que, levantándose del asiento fue lanzada contra la baldosa, boca arriba, sangrando por la nariz y bajo un sol que la enceguecía. Varios hombres se precipitaron para transportar el cadáver de Granero, cuyo ojo derecho colgaba fuera de su órbita.
Bruscamente animados por un movimiento a la vez simultáneo y contrario se habían unido dos globos de consistencia y grosor semejantes: uno, el testículo blanco del toro, había entrado en el culo ‘rosa y negro’ de Simona, desnudado ante la muchedumbre; el otro, el ojo humano, había saltado fuera del rostro de Granero con la misma fuerza que sale del vientre el bulto de las entrañas. Esta coincidencia, ligada a la muerte y a una especie de licuefacción urinaria del cielo, nos acercó
por vez primera a Marcela, desgraciadamente por un momento muy corto y casi inconsistente, pero con un brillo tan turbio que me adelanté con paso sonámbulo como si fuese a tocarla a la altura de los ojos..."

En plan más cachondo, en esa época de oro del humorismo español que esconde tantas joyas veintiuneras, citemos a Antonio Robles Soler por su Torerito soberbio (1932).Hemingway retomaría el topicazo taurino en Muerte en la tarde (1932), fascinado por Pedro Romero del que se dice que mató a 5.600 toros, lo cual da que pensar (no sabemos el qué exactamente, pero es lo que se dice ¿no?). Nuestro tremendísimo Cela retrató con más garra la locura carpeto-vetónica de estos singulares übermenschen:

"El Obdulio Pimentel Gutiérrez, Niño de la Categoría II, padece de hernia, lo que no le permite progresar en el arte sino con mucha lentitud; su vecina doña Andrea, que gasta peluca y que tiene un hijo empleado en las pompas fúnebres (el Abelardo, que cuando era imitador de estrellas se firmaba Palomita de Carcagente), le está buscando recomendación para que le operen de balde en el hospital. El Obdulio Pimentel Gutiérrez, Niño de la Categoría II, piensa comerse el mundo por los pies, en cuanto le quiten la hernia. ¡A mí me hubiera gustado ver a Manolete con hernia! –solía decir– ¡Ya veríamos si hubiera sido el mismo! El Obdulio Pimentel Gutiérrez, Niño de la Categoría II, no lleva su hernia con resignación. El Obdulio Pimentel Gutiérrez, Niño de la Categoría II, lleva su hernia con un braguero de confección casera que le hizo la mamá del funerario con un duro de plomo [N. de R.: es decir, con una cantidad de plomo del valor de cinco pesetas] y unos tirantes de su difunto marido. ¡El día que me quiten la puñetera hernia, me como al mundo! -Como hay Dios, que me como al mundo y no dejo ni el rabo!" (Toreo de Salón. Farsa con acompañamiento de clamor y furia, 1963)

El tema taurino ha seguido alimentando la literatura y el cine patrios y extranjero, con cosas tan psicotrónicas como la versión softcore de Sangre y Arena para lucimiento de la entonces decaída Sharon Stone (1989). Almodovar explorò toda la parafilia perversa del personaje en Matador (1986), de claro corte batailliano. Rindamos homenaje a la Cuadrilla por su inenarrable Justino, un asesino de la tercera edad y señalemos una al parecer pequeña joya del cine mexicano reciente Toro negro: el triste matador sobre "el suicida", matador de toros famélicos en la región Maya del sureste de México (???). Por último (porque no todo van a ser comidas de rabo) cubramos de oprobio La pasión de Manolete... por cierto, todo parecido entre Manolete y nuestro Lolete es pura... vease sino http://www.elperiodicoextremadura.com/noticias/noticia.asp?pkid=280080

Podéis perder un poco de tiempo en una librería especializada en libros de toros: http://www.libreriarodriguez.com/
O leyendo ¡Torero! Los toros en el cine de Muriel Feiner (Alianza Ed).

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